miércoles, 10 de noviembre de 2010

UN PUEBLO HERMANO SUFRE

Me ilustra el, siempre respetado, bachiller Sansón Carrasco, de las penurias, miserias y dolor que sufre el pueblo hermano que llaman saharagüi y que mora en las costas africanas allá por la lejana el Aaiún y la más lejana Villa Cisneros.

Cuenta el bachiller Carrasco que son gentes de tez morena y agradable a la vista, humildes en sus cosas, de trato apacible y siempre sonriente.  Hospitalario como el que más, que no hace pereza en dar lo que tiene y más que tuviere.

Rezan las crónicas que el rey de sus vecinos del norte, del reino de Al-Magrib, envidioso, mezquino y codicioso, a quien el Señor confunda; invadió sus áridas tierras haciendo oídos a voces de ruines consejeros que le hablaron de un sin fin de tesoros ocultos por la sabia madre natura y por designio divino, bajo sus ardientes arenales y que fizo presos a todos los que osaron reclamar su derecho a la tierra y con amenaza bien cierta de tortura o una muerte terrible, sometió provincias, pueblos, casas, ganado y cuerpos, que no almas que esas no sucumben a barrotes, látigo, cimitarra o garrote.

Y dicen que los muchos que lograron escapar al yugo del Al-Magrib se agruparon fuera de sus dominios usurpados y, faciendo de la necesidad virtud, construyeron casas y escuelas y mercados y fortalezas y, aún todavía, desean volver a la tierra arrebatada a tal punto que se humedecen los ojos solo con mirar a poniente.

 Y el artero rey murió y, como acaece en toda tierra, le sucedió su hijo que llegó con palabras dulces y melosas, que susurraba al oído de los demás reyes vecinos y de lejos que, reunidos en Consejo, instaron a devolver al maltratado pueblo saharagüi su suelo, su vida y su historia.  El rey era nuevo pero, vive Dios, que sus trucos y añagazas son viejas como el sol y, tras las buenas palabras, la sangre tiñó las arenas como no se hacía hace lustros.

Sé que no están los tiempos para embarcarse en aventuras de futuro incierto mas inquiero a reyes, príncipes y gobernantes de todo pelaje y condición a desoír ardides y estratagemas tejidos con la mano enguantada de Al-Magrib mientras con la otra, ruda, vellosa y sucia propina mandobles a todo el que se pone a su alcance. 

Clama al cielo y a los siglos que, si no respeta ni lo sagrado, los demás pueblos del Orbe den la espalda y no vuelvan cara, ni comercio ni trato de naturaleza alguna hasta la satisfacción de su ofensa.

El silencio duele más que cien garrotazos.

Sancho Panza

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