miércoles, 3 de noviembre de 2010

Pedro Castro-Crespo

Ahora que mi amo y señor Sancho Panza anda encamado presa de aquestas fiebres otoñales y como quiera que debe cumplir fielmente a la palabra dada, tomo el testigo en mi nombre y en el de mis antepasados -asnos todos de noble linaje, quizá en alguna anterior generación tomamos sangre de potros arábigos- para hablar de las andanzas y las cuitas que rondan estos parajes de Xatafi.

Centraremos el debate en la figura de don Pedro Castro, personaje singular al que desde tiempos inmemoriales, tantos como lleva en su poltrona, le identifican por su coincidencia semántica con aquel alcalde de la ilustre villa de Zalamea, que se ganó el título vitalicio tras vengar la deshonra de su hija.

Al igual que Crespo anda buscando Castro venganza, pero por motivos bien dispares. Aunque bien pudiera parecer, sepan vuesas mercedes, que la que nos ocupa es también historia de conflictos familiares. Y como buen y noble burro que es uno, no puedo sino asemejar ambas semblanzas aportando a cada cual el papel que le corresponde en el relato.

El alcalde Pedro Crespo sospecha desde hace tiempo de las aviesas intenciones de su hijastra política, Sara Hernández. Piensa el veterano mandatario que aquella quiere avanzar en política calzando botas de siete leguas y eso, que le corroe por dentro, ha minado su entendimiento.

Sin tiempo para la chanza, hete aquí que su valido tiene por decidido que llegado ha el tiempo del cambio, que la villa reclama nuevos y más jóvenes gobernantes y que, anunciado el ocaso de su carrera, momento es de convencer al alcalde de tomar caminos semejantes y buscar retiro en alguna propiedad distante. Victoriano Gómez, aqueste es el nombre del valido, no contaba con la bravucona respuesta de su terco edil, empeñado en dar demanda a su “vitalicio” cargo.

Y como quiera que estas disputas surgen el momento menos oportuno, los unos aprovechan la pelea política en los confines regionales para lanzar a los cuatro vientos su afrenta y el otro elige el camino equivocado para dar con sus posaderas en el despacho frío y triste del comendador socialista Tomás Gómez, quien le exige que se marche, cual flautista de cuento, con su música a otra parte.

Y en esas andan los protagonistas de esta historia que no ha hecho sino comenzar y que, ya les contará mi amo Sancho Panza, va camino de dejar heridas que ni el tiempo, ni el bálsamo de Fierabrás podrá curar.

El fiel Rucio

3 comentarios:

  1. Sobra el texto (bien escrito por cierto) La foto lo dice todo

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  2. Sarita la aguja y vitoriano la gota. Como mola

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  3. si que esta bien,, buen trabajo Sancho,,, con tu permiso comparto en el face y twitter gracias

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